Washington (ABM)-- ¡Ha llegado la temporada del gozo! Atesora la oportunidad que tienes de escuchar música hermosa. Comparte el rico calor de la familia y la amistad. Ofrece regalos a amigos, a seres queridos, y a personas necesitadas. Haz eco del refrán, "¡Es el tiempo más maravilloso del año!"
Por otro lado, retrocede por un momento del oropel y el encantamiento tan evidentes en algunos lugares durante estos días, y mira con detenimiento y atención la imagen del niño en el pesebre. ¿Acaso no nos sirve de un estímulo poderoso para que consideremos de nuevo la naturaleza de la debilidad?
Este niño está envuelto en las vestiduras del misterio. Este bebé es Dios hecho carne ante nuestros propios ojos. Es la omnipotencia envuelta en pañales, la omnipresencia acostada en un comedero de animales, la omnisciencia confinada a una camita de paja.
Este pequeño niño hace causa común con aquellos que no tienen dónde recostar la cabeza fatigada. En su nacimiento, los símbolos de la nobleza no se ven por ninguna parte; los indicios del privilegio se han desvanecido hasta el olvido total.
¡El niño en el pesebre es una verdadera lección sobre el misterio de la impotencia!
Llegaría el tiempo en que este niño indefenso de Belén sería reconocido como el Salvador del mundo. Tanto cuando yacía en un pesebre como cuando colgaba en una cruz, aparecía como una víctima de sus circunstancias, una persona de la cual sentir lástima, y un modelo de la indefensión.
Sin embargo, el verdadero poder no está presente a menos que irradie a través de la envoltura de la impotencia. El verdadero despojarse a sí mismo, como la auténtica abnegación, son posibles sólo para aquellos que realmente conocen el poder de Dios. Una vida de servicio sacrificial entregada con gozo es la única opción para aquellos que lleguen a conocer la impotencia del niño Jesús.
Esta falta de poder no se debe confundir con la impotencia propia de la miseria y la desesperación. Al contrario, consiste en la sumisión que se manifiesta en la entrada voluntaria a la comunidad de los pobres sin techo, con el fin de transformarla en un semillero de ricas posibilidades. Ésta es la impotencia que conoce las trincheras, que se sienta cómodamente entre los desposeídos, y que disfruta de la compañía de aquellos que han sido marginados hasta la periferia de la sociedad.
¡Lo que vemos en el pesebre y lo que celebramos en la Navidad es el formidable poder de la impotencia! Cuando experimentamos esta impotencia, el Espíritu Santo nos capacita para que lleguemos a ser en verdad siervo de todos. Entonces, a través del servicio que prestamos, podemos transformar el mundo. El pequeño bebé en el pesebre es una poderosa señal de Dios manifestando el amor divino que abre el camino hacia la vida para todo el mundo. Él se hizo pobre para que nosotros, con su pobreza, fuésemos enriquecidos (cf. 2 Corintios 8:9).
Neville Callam
ABM Secretario General
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